La escritora Aurea-Vicenta González Martínez escribe un precioso relato para los pacientes del Hospital Universitario Infanta Sofía.¡Que detalle más bonito! Muchísimas gracias mi querida escritora......

 

 

DEMASIADAS IMPRESIONES PARA UNA MUCHACHA JOVEN

 

Sacó de unos de los bolsillos del delantal el pequeño reloj de su madre y volvió a mirar la hora, pasaban quince minutos de las nueve de la mañana. Llegaba tarde.

Las clases de corte y confección, a las que Marisa dedica en exclusiva los días  de miércoles, comienzan siempre con puntualidad, ella se retrasa por segunda vez en un mes, algo muy malo se cierne ya con toda seguridad sobre la nota final del curso y de ser así, si no lo supera, el prometido puesto de aprendiza en ChezMaria´s que hay disponible en la ciudad se lo darán a otra.

-¿Se puede? -Pregunta la muchacha tímidamente tras golpear con los nudillos la endeble tabla de chapa reciclada que sirve de puerta-. ¿Puedo pasar, seño? -Alza un poquito la voz al tiempo que comienza a temblar.

Del interior de la enorme estancia que alberga los grandes rollos de papel continuo, las resmas de papel cebolla, las altas cajas de cartón atiborradas  de patrones, la multitud de acericos asaeteados de agujas y alfileres, los ovalados cestillos  henchidos de dedales, los baúles de mimbre ocupados por las reglas, las filigranas de delicada  paja entrelazada en las que se acomodan los  quebradizos gises, las  majestuosas y silentes bobinas de hilo carmesí -que la industria local les había obsequiado recientemente por tener defecto de tintado-,  no surgió ningún sonido.

La chiquilla empuja un poquito, solo un poquito, la estrafalaria puertecilla con el hombro y esta se abre de par en par sin oponer resistencia para mostrar justo enfrente  el abandono en el que se hallan los plegados montones de tela y la gran pila de  cenicienta guata que en buena vecindad se mantienen apoyados en una de las paredes del local.

El familiar lugar en el que se imparten  y toman  las ansiadas y  severas enseñanzas permanece desierto, Marisa entra y se cerciora, procurando pisar con deferencia el recién pintado suelo de irregular cemento que brilla con descaro  en los puntos en los que incide la blanquecina luz de los cuatro grandes tubos fluorescentes que penden del alto techo de esta antigua fábrica de cordeles de pita y que, inexplicablemente,  están todos encendidos.

La criatura no entiende nada; las dos  máximas que acompañan a doña Pura son la economía y el ahorro, nada se tira y nada se desaprovecha en sus clases, tampoco hay que gastar fluido eléctrico de forma caprichosa, entonces, ¿cómo están plenamente iluminadas las grandes mesas   de dibujo si un vacío total se enseñorea  de la habitación y son ya  las nueve y veinte?

Nadie ocupa las  banquetas de costura de altas patas y curvo respaldo a las que han de encaramarse y  coser en silencio las aplicadas discípulas; en cada una de las esquinas de  los puntos cardinales duermen en soledad las cuatro canastas repletas de retales, allí montan guardia en espera de que  les lancen dentro los errores de tela con los centímetros de menos en las medidas requeridas, para después, cuando ya rebosan los deshechos, ser trasladados los restos, bien prietos, en sacos de olorosa arpillera, hasta el inmediato tallercito en el que los escolares más pequeños con sus torpes pero resueltas manitas, capitaneados por don Raúl, conseguirán embutir los despojos de tejido dentro de los juguetes de fieltro cosido -de colores siempre chillones-, que tras ser  devueltos a las aprendizas de costurera para su artesanal  y diligente sellado  serán vendidos a una ONG local  que ayudará a  financiar, bien que mal, el destartalado colegio del pequeño y perdido pueblo.

-¡Mis patrones!  -Se duele Marisa al mirar encima de la gran mesa central, esa en la que la maestra les hace practicar bajo amorosa y estricta vigilancia el corte, allí no están  las carpetas de las estudiantes que siempre dejan apiladas y en perfecto orden al terminar por la tarde hasta el siguiente miércoles.

-¡Quiero mis patrones,  los necesito...! -Solloza con impotente aflicción durante un buen rato mientras mantiene fijos los ojos en la iluminada mesa-. ¡Ahora que por fin he conseguido mi rodillo dentado! -Sigue llorando mientras saca del otro bolsillo del inmaculado delantal que la cubre casi entera el hermoso adminículo para marcar con el que está segura podrá conseguir la perfección.

-¡Niña! Despierta, mujer. Tienes una pesadilla, Marisa. Despierta, despierta. Hoy es miércoles. -Doña Reme sacude un poco a la pequeña que está hecha un ovillo en el modesto catre donde descansa-. Tengo malta calentita y un poquito de pan para mojar -Dice secándole las lágrimas de la somnolienta carita con la rugosa mano-.  No puedes llegar tarde a tu clase con doña Pura. -Como la chiquilla parece no entender nada de lo que se le dice, doña Reme saca la artillería pesada que sabe no ha de fallar-. ¿Has de llevarte hoy tu aparatito de marcar la tela?

Fuera de la modesta casa el mes de abril está dejando la húmeda impronta de su presencia, una promesa cierta de bonanzas,  dentro, con la feliz sonrisa y el alborozo de una animosa niña, brilla el sol de la esperanza.

                              

                Requena, 3 de Enero de 2014

Con afecto, para "MI QUERIDO HOSPITAL" y su hada mantenedora Victoria Martín.

 

                                      Aurea-Vicenta González Martínez

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